Dibujo de un petirrojo

El mundo del vino ha vivido, y por desgracia en muchos casos aún lo hace, de espaldas al resto del planeta. Empeñado como está en mirarse al ombligo, desde la autocomplacencia de quienes hacen las cosas como les gusta a ellos. Es decir cómo, según ellos mismos, tienen que hacerse.

Por eso, durante el último medio siglo, muchas bodegas han realizado su actividad, enfrentadas al medio ambiente. ¡Cómo no iba a surgir una corriente de vinos naturales! En demasiados casos, se ha aniquilado la biodiversidad del viñedo, al emponzoñar el suelo y los recursos hídricos con todo tipo de productos de síntesis: desde abonos químicos, a pesticidas de todo tipo. Incluso se talaban la mayoría de los árboles cercanos al viñedo, en un intento desesperado, de alejar a las aves del dulce fruto de la vid.

Del mismo modo, la sociedad ha pretendido, sin ningún éxito aparente, alejar a los jóvenes del pernicioso alcohol. Pero lo único que se ha logrado es una juventud que encuentra, en el abuso de bebidas alcohólicas de paupérrima calidad, su vía de escape hacia la vida adulta. Nada de enseñar, ni siquiera en aquellas regiones donde el vino es parte sustancial del PIB e históricamente va ligado a la cultura y a las gentes de la zona. Ni siquiera allí.

Por todo lo anterior cobran tanta importancia iniciativas como las que aquí les traemos, donde vino, ecología y niños pueden ir de la mano.

El pasado 3 de octubre se celebraba el día de las aves y con tal motivo nos acercamos hasta Aldea del Fresno, para participar en una jornada que incluía una senda ornitológica y etnobotánica, un taller de anillamiento científico de aves y una cata comentada de vinos.

Paisaje de la ribera del río Perales.

La lluvia deslució un plan excelente. La ruta por la ribera del río Perales, uno de los ríos más importantes y desconocidos de la Comunidad de Madrid, desde su nacimiento en Las Machotas y durante sus 35 kilómetros hasta su desembocadura en el río Alberche, quedó algo deslucida. Las explicaciones tuvieron que ser rápidas y escuetas. Ningún pájaro quedó prendido en las redes y no se pudo realizar el anillamiento. La cata de vinos, prevista para realizarse en un paraje tan bonito, se trasladó al centro cívico del pueblo.

Pero ninguno caímos en el desánimo, contagiados por el buen saber hacer del ideólogo de la jornada, el divulgador ambiental, Pablo A. Montiel y que resultó ser mucho más que eso, siempre atento a todos, captando la atención de los más pequeños, repitiendo lo importante para que se nos quedase sin darnos cuenta. Porque como él dice, si no conoces algo, no lo amas, y si no lo amas, no lo proteges. Y precisamente de darnos a conocer una zona de especial protección para las aves (ZEPA) es de lo que se trataba. De poner en valor el patrimonio de un pueblo, pero que es bien común que nos pertenece a todos y, entre todos, tenemos la obligación de preservarlo para las siguientes generaciones.

Dibujo de un petirrojo, con un insecto en el pico, junto a un racimo de uvas tintas.
Obra cedida por el artista Ángel Febrero

De la ZEPA a la cepa

La ZEPA que aquí nos ocupa, abarca un territorio que es ejemplo del bosque mediterráneo. De hecho, Aldea del Fresno es uno de los pueblos a menor altitud de toda la Comunidad de Madrid.

Se caracteriza por la presencia de bosques de encinas, pinos piñoneros y pinos marítimos, especialmente al norte, quedando el sur para los pastos, el matorral mediterráneo y las dehesas de encinas. Territorio hogar de especies tan importantes como el águila imperial ibérica, el águila real, el halcón peregrino, el buitre negro, o la cigüeña negra.

No olvidemos que las aves son indicadoras de calidad del viñedo, pues realizan un control biológico de las plagas. Sin ir más lejos, las rapaces citadas ayudan a mantener a raya las poblaciones de conejos, roedores de todo tipo y otras aves que, en demasía, pueden ser perniciosas para la vid y su fruto.

Aunque si pensamos en los intereses de los lectores, de una web especializada en vinos como es la Enoarquía… seguro que preferirán que les hablemos de CEPAS. Éstas se asientan en suelos principalmente graníticos y arenosos, pero también hay presencia en la zona de rocas metamórficas y algo de calizas. Aquí las reinas son: en tintas, la negral (garnacha tintorera) y en blancas, la malvar (típica en la elaboración de vinos sobremadre, tan común antaño en los pueblos de la región). 

Pablo A. Montiel junto a su lechuza Tita.

Pero volvamos al evento, ya cobijados de las inclemencias climáticas, Pablo no enseñó todo lo que las prisas anteriores no permitieron, pero sobre todo tenía una sorpresa muy especial para todos, la compañía de una lechuza llamada Tita. Gracias a ella, aprendimos la importancia del estudio de las egagrópilas; de sus ojos tan grandes y pesados que no puede moverlos y de ahí que mueva la cabeza unos 270 grados; de sus oídos asimétricos para oír mejor, hasta permitirles cazar presas que no se ven; y de la peculiaridad de sus plumas para no hacer el menor ruido durante el vuelo.

Tras la clase magistral y después de que todos tuviéramos la oportunidad de acariciar a la lechuza. Nos dividimos en dos grupos, los peques en unas mesas para su cata de mostos y los adultos en la de vinos. Los niños se lo pasaron genial bebiendo mostos tintos y blancos y comiendo fuet y queso de la zona. Pablo, siempre atento, se los llevó después a otra sala, para seguir enseñándoles más curiosidades de las aves y así permitirnos continuar de manera más relajada.

La cata

La cata comentada de los vinos corrió a cargo de Ana La Higuera, enóloga, sumiller, docente y un largo etcétera. Los vinos procedían de dos de las bodegas ubicadas en el término municipal. La más que conocida Marqués de Griñón y la incipiente A pie de Tierra.

De esta última, A pie de Tierra, comenzamos probando su A Dos Manos, una garnacha de 2017, proveniente de esos suelos graníticos/arenosos que les comentábamos anteriormente. Es un vino directo, rectilíneo, con una cierta frescura de su vinificación con raspón, y no carente de cierta elegancia, si se le da el tiempo suficiente.

De esta misma bodega fue el siguiente vino, Fuerza Bruta, otra garnacha, también de la cosecha de 2017, pero de un viñedo más viejo (unos 60 años de media, por los 35 del anterior). El resultado es un vino más balsámico, mucho más floral en nariz y con un paso por boca más ancho y un final algo más largo y pronunciado. Como curiosidad les diremos que, además del roble francés, su crianza se lleva a cabo en maderas de castaño gallego.

Etiquetas de los cuatro vinos catados

Las bodegas de Marqués de Griñón, del añorado Carlos Falcó, participaron con otros dos vinos. El primero fue Las Garnachas del El Rincón 2018, coupage de garnacha y negral, con aromas a fruta negra y caramelos de violeta, en boca se mostró sencillo, pero con buenas hechuras.

El último de los catados correspondió a El Rincón, un syrah con algo de garnacha tintorera de la añada 2015. De mayor tanicidad que los anteriores, con la madera algo más presente pero bien integrada. Todo en un fondo especiado, y con un punto alcohólico, (puede que debido a la temperatura de servicio al tratarse del último vino), que le daba un ligero toque a mermelada de ciruela negra.

Epílogo y conclusiones

Antes de finalizar, es obvio que resulta difícil llevar el barco a buen puerto, si sólo rema uno. Así que no sería justo olvidarnos del resto de agentes implicados, en este caso la organización a cargo del Ayuntamiento de Aldea del Fresno, junto con la colaboración de la D.O. Vinos de Madrid y Madrid Enoturismo. Y aquí, permítanme un inciso. No es únicamente que ejerciera de maestro de ceremonias el primer teniente de alcalde y concejal de turismo, Guillermo Celeiro, algo obvio estando donde estábamos, es que la alcaldesa, María Isabel Hernández, se sentó entre los asistentes como una más y, al final de acto, se puso a recoger y, a estos detalles no está uno acostumbrado.

También hay que destacar el apoyo ofrecido por la D.O. Vinos de Madrid, no sólo por su colaboración, pues más allá de ceder su logo y poco más, su implicación llegó al punto de asistir al evento su presidente, Antonio Reguilón. Bien en ésta ocasión.

Una prueba más de que cuando las instituciones colaboran y dan su apoyo a este tipo de iniciativas, las jornadas son todo un éxito (a pesar de la lluvia acudimos cerca de 40 personas). Desde aquí agradecer a Pablo A. Montiel su labor divulgadora y compartir la enhorabuena con Ana La Higuera y las entidades participantes.

Sin duda, ¡nos veremos en la siguiente!

PS: Les dejamos aquí el blog del artista Ángel Febrero, ¡no se lo pierdan!

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