El hedonismo (II): Vencedores y vencidos

By 8 marzo, 2013Desván
De nuevo en la caverna

– Continuación de: El hedonismo (I): Chapoteos en la finitud

Es indudable que todavía en el siglo tercero de nuestra era el hedonismo epicúreo gozaba de buena salud. Lo sabemos porque el historiador filosófico Diógenes Laercio, a quien tanto debemos a la hora de conocer a los materialistas, le dedicó todo su libro X en exclusiva y como colofón a su obra, dándole así igual importancia que al mismísimo Platón.  A partir de ese punto empezó a desarrollarse una corriente crítico-destructiva que terminó con la victoria del idealismo sobre el materialismo. Se tergiversaron afirmaciones parciales, prescindiendo del conocimiento íntegro de estructuras filosóficas completas,  para destruir así el interés que pudieran suscitar en los curiosos las enseñanzas de las filosofías morales.

La crisis romana del siglo III y la posterior e imparable degeneración del imperio creó un inmenso vacío de poder. La nueva estructura sustitutiva, la Iglesia, y sus primeros teólogos, hicieron del incipiente cristianismo una poderosa arma arrojadiza que utilizaron con gran habilidad contra los materialistas. Los sistemas abiertos no permitían establecer un poder absoluto sobre las personas, por lo que se creó un sistema cerrado y exclusivo que, de nuevo, sometió y postró a los hombres. El platonismo fue perfectamente compatible con el bisoño nuevo paradigma, por lo que se consideró y utilizó como base primitiva para el desarrollo completo de la nueva y poderosa religión. Se extirparon cristianismos primitivos como el de los gnósticos licenciosos, cuya acrobática y fascinante cohonestación de platonismo, hedonismo y cristianismo constituyó un triple problema para el canon católico. Comenzaron las persecuciones y la quema de todo tipo de manuscritos y durante siglos se fue convirtiendo en herejía todo aquello que no  dictó la Iglesia.

Con estos hechos en mente debemos preguntarnos si la sociedad actual es hedonista. Hay muchos autores de nuestro tiempo que piensan que, efectivamente, nuestro mundo occidental es seguidor del epicureísmo. Por ejemplo, José Vara afirma: “nuestra sociedad es esencialmente epicúrea, émula, a veces sin saberlo, de Epicuro” ((Epicuro. Obras completas, 9ª edición,  Madrid, 2012, 18)) y yo estoy en profundo desacuerdo.

Para Epicuro era fundamental el conocimiento. La sociedad moderna prescinde y a menudo huye de casi cualquier tipo de conocimiento; no tiene nada que ver con el interés vehemente por la erudición que él mostraba. Si la sociedad helenística platónica chapoteaba en la finitud, la actual chapotea en la idiocia con simiesco alborozo. El hombre antiguo miraba al cielo nocturno y observaba las estrellas para comprenderlas y aprender de ellas, el moderno mira al suelo para evitar pisar heces de perro.

No hay apenas nada en nuestro orbe relacionado con el tetrapharmakon epicúreo, el cuádruple remedio que debía eliminar el miedo del alma humana para prepararla en la búsqueda de la felicidad a través del gozo. El miedo a la muerte es tan intenso o más que siempre. Los dioses han sido sustituidos por nebulosos estamentos burocráticos inquietantes, inalcanzables y difíciles de comprender, que utilizan a sus demiurgos, los políticos, para ejercer su poder casi absoluto. El placer no se utiliza como medio para alcanzar la felicidad, sino como evasión de la realidad, un placer instantáneo y vulgar. Se ha programado la mente humana como la de un consumidor ansioso ávido de cosas, de dinero, insaciable, ambicioso y envidioso. Esta época de pensiero debole, de tiempos interesantes, profundamente corrupta, mantiene todavía al ser humano enfermo. Estamos en una encrucijada similar a la del siglo III. Nuestro sistema está fracasando y, colapsando, agoniza.

Michel Onfray (Francia, 1959), referente actual del hedonismo, sostiene que:

“Se cree que el hedonista es aquel que hace el elogio de la propiedad, de la riqueza, del tener, que es un consumidor. Eso es un hedonismo vulgar que propicia la sociedad. Yo propongo un hedonismo filosófico que es en gran medida lo contrario, del ser en vez del tener, que no pasa por el dinero, pero sí por una modificación del comportamiento. Lograr una presencia real en el mundo, y disfrutar jubilosamente de la existencia: oler mejor, gustar, escuchar mejor, no estar enojado con el cuerpo y considerar las pasiones y pulsiones como amigos y no como adversarios.” ((http://www.elortiba.org/onfray.html))

Esta es una actitud hedonista pura, digna heredera de sus antiguos creadores.

Termino esta segunda parte recurriendo a la siempre interesante etimología porque ¿qué es hoy en día un hedonista? la mayoría de personas pensarán en un vago, sátiro, licencioso y amante de los excesos ¿Y un materialista? alguien preocupado sólo por el dinero, la ropa y los coches . Un hipócrita, del griego hypokrites, era un actor. Platón odiaba a los actores porque lo suyo era un engaño sobre otro engaño. Los idealistas vencieron aquella batalla y, dieciocho siglos después, siguen ganando. Pero la guerra no ha terminado.

Todo esto ha brotado de mi cerebro porque hace unos cuantos años, cuando comencé a enloquecer con el mundo del vino, alguien me dijo de forma peyorativa que yo era un hedonista ¿Adivinan cuál fue mi respuesta?

Prometí ser breve y no he cumplido mi promesa. Les pido disculpas, les doy las gracias por aguantarme y les ruego que lean la próxima tercera y última parte en la que intentaré mezclar todo esto con la devoción por el mundo del vino.

Hasta entonces, salud y buen vino.

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